Eran casi una veintena. Y muy pronto quedarán solo dos. Pero ninguno quiere bailar como Bush.
Los candidatos presidenciales del partido Republicano y del partido Demócrata están apostando a que las elecciones primarias en Iowa y New Hampshire los destaquen del montón. No es fácil.
Una de las grandes tragedias del sistema electoral norteamericano es que se necesitan millones de dólares para llegar a la Casa Blanca. Es, cada vez más, un negocio de ricos o de personas que saben recaudar mucho dinero.
Pero el candidato que termine viviendo en el número 1600 de la calle Pennsylvania, en Washington, necesita más que costales de dinero. Necesita, sobre todo
-según han dejado muy claro los candidatos de ambos partidos- vender la idea de que será un presidente muy distinto a George W. Bush.
Sí, los candidatos nos están diciendo que ser anti-Bush (o al menos no parecer su amigo) es una de las principales características que deberá tener el próximo presidente norteamericano.
Los candidatos del partido Demócrata no pierden oportunidad para criticar el ya exhausto gobierno de Bush. Pero una de las cosas que más me sorprendió como moderador del foro Republicano (transmitido por Univision hace unas semanas) es que ninguno de los candidados mencionó a Bush o se quería ligar con él. Hubo muchas referencias al expresidente Ronald Reagan –a quien muchos consideran en parte responsable del fin de la Unión Soviética- pero no al actual mandatario.
Bush, lo dicen las encuestas, es un presidente muy impopular. Un promedio de varias encuestas recientes dice que solo uno de cada 4 norteamericanos aprueba su gestión. No es extraño, pues, que ningún miembro del gabinete del presidente Bush lanzó su candidatura a la presidencia. Saben que no tendrían ningún chance.
¿Por qué esta actitud contra Bush por parte de los candidatos? La principal vulnerabilidad de Bush, sin la menor duda, es su guerra en Irak. Ya han muerto más estadounidenses en Irak que durante los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001.
Hoy, todavía, a casi 5 años del comienzo de la guerra en Irak, no está muy claro qué hace Estados Unidos ahí. Saddam Hussein y su gobierno no tuvieron nada que ver con los ataques terroristas del 9/11. Además, ahí nunca encontraron armas de destrucción masiva. Pacificar a Iark, a pesar del significativo aumento de tropas, ha resultado imposible a corto plazo. Y no hay una fecha o un plan para sacar a los soldados norteamericanos de ese país.
Según leo en la prensa latinoamericana y española, el creciente aumento del sentimiento antinorteamericano en el mundo se debe a la guerra en Irak y a la percepción de que en las cárceles de Abu Ghraib y Guantánamo se han violado los derechos humanos.
Por todo lo anterior, los candidatos presidenciales intuyen que repetir las políticas bushianas sería un fracaso seguro en las urnas y alejaría aún más a Estados Unidos de sus antiguos aliados. Por eso se quieren separar de Bush.
Dentro de Estados Unidos hay dos serios problemas que Bush no pudo resolver. Uno es el de la inmigración indocumentada. Bush prometió que sería el mejor amigo de México y que trataría a los inmigrantes con compasión. Pero se irá sin resolver el asunto de los 12 millones de inmigrantes indocumentados y en medio de un clima de redadas y persecución sin precendente en décadas.
Bush trató. Hay que reconocerlo. Pero no pudo conseguir la aprobación de una reforma migratoria. El próximo presidente no se puede dar el lujo de fallar también.
El otro problema a nivel nacional es la crisis causada por las personas que no pueden pagar por los préstamos bancarios con que compraron sus casas. Cuando Bush entregue el poder el 20 de enero del 2009, Estados Unidos podría estar sumido en una recesión…a menos que hoy se tomen dráasticas medidas.
El próximo presidente, no importa de qué partido, tiene que asegurarle a las familias que perdieron sus casas, a los 47 millones de personas que no tienen seguro médico y a los estudiantes que van a malas escuelas públicas, que su vida será mejor que en los últimos 8 años. Por eso los candidatos se alejan de Bush.
Los aspirantes a la presidencia han comprendido bien que Estados Unidos exige un cambio. Esa es la maravilla de la democracia; cuando algo o alguien no funciona, se puede cambiar de rumbo en la siguiente votación.
Todo parece indicar que la próxima elección será un rechazo al pasado. Y por eso casi todos los candidatos, sin importar partido, están compartiendo hoy el mismo mensaje: yo no soy Bush.