“Yo soy el presidente de Honduras, aquí y en Roma”, me dijo por teléfono Manuel Zelaya. Pero el problema para Zelaya era que “aquí” era Costa Rica, no Honduras.
Unas horas antes un grupo de soldados lo había sacado por la fuerza de su residencia personal en Tegucigalpa, aún en pijama, lo subieron a un avión de la Fuerza Aerea Hondureña y lo enviaron al exilio a San José. “Yo fui secuestrado en un acto de brutal violencia, se irrumpió en mi casa”, dijo. “No había visto una brutalidad tan exagerada: amarraron a mi guardia personal, hubieron gritos, manifestaciones de terror y al final a mí se me amenazó con rifles apuntándome a la cara, apuntándome al pecho, era gente enmascarada.”
Zelaya calculó que había unos 200 militares rodeando su casa. “Mi hija estaba conmigo en mi casa cuando empezaron los tiros y empezó la gente a gritar”, recordó. “Era un drama terrible a las 5 y media de la mañana. Yo corrí de mi cuarto, así como estaba en ropa interior, al cuarto de mi hija.” Fue ahí cuando lo capturaron.
Cuando hablé telefónicamente con Zelaya, el presidente del congreso, Roberto Micheletti, todavía no había tomado posesión como presidente temporal de Honduras. Pero ya había versiones de prensa de que Zelaya, supuestamente, había firmado una carta de renuncia. “Es totalmente falso”, me dijo Zelaya sobre la supuesta carta. “Eso me da pié a pensar que esto es un complot, es una conspiración de una mafia política.”
“Yo no podría renunciar porque a mí el pueblo me eligió”, continuó, “y mi período se termina el proximo año. Yo no voy a estar ni un día (en la presidencia) más pero tampoco un día menos.”
Los opositores de Zelaya dicen que fue él quien provocó su propia destitución al ignorar a la Corte Suprema y al congreso de su país. Ambos poderes habían declarado como “ilegal” la consulta popular que Zelaya insistía en realizar el pasado domingo. El temor de muchos hondureños era que Zelaya usara los resultados de esa consulta para, eventualmente, cambiar la constitución y reelegirse.
La consulta popular, desde luego, nunca se realizó. Y la Corte Suprema avaló la acción del ejército contra Zelaya. “No existe esa ley en Honduras”, me dijo Zelaya desde San José. “Esto no es parte de la legislación hondureña, esto es parte de una arbitrariedad. ¿Cómo va a creer que no se pueda hacer una encuesta de opinión pública?”
-“¿Usted quiere volver a Tegucigalpa y ser restituido como presidente?”le pregunté.
-“Yo soy el presidente”, respondió. “Soy el presidente y no puede crearse un gobierno ilegítimo. La propia embajada de Estados Unidos (en Honduras) acaba de emitir un comunicado que dice que no reconocen a otro gobierno que no seal el de Manuel Zelaya Rosales.”
Es cierto. Hasta el momento ningún gobierno del mundo ha reconocido como legítimo al gobierno de Micheletti. Pero muchas naciones del hemisferio se han visto en la incómoda posición de apoyar a un presidente tan impopular y tan errático como Zelaya.
Zelaya no solo hacía cosas extrañas -como comerse un melón en la mitad de una entrevista por televisión internacional- sino que últimamente se había declarado “izquierdista” y aliado de la dictadura de los hermanos Castro en Cuba. Muchos hondureños temían que Zelaya traicionara sus promesas democráticas y utilizara sus nuevas amistades para ir en contra de la constitución y eternizarse en la presidencia.
Una de las ironías de lo ocurrido en Honduras es que el régimen de Cuba ha salido públicamente a defender la democracia cuando hace más de 50 años que no la defiende en su propia isla. Y otra de las contradicciones a destacar es que el presidente vernezolano, Hugo Chávez, le ha llamado “gorilas” a los militares golpistas en Honduras, olvidándose que él mismo intentó un golpe de estado contra un presidente elegido democráticamente en Venezuela en febrero de 1992.
Pero el debate sobre el autoritarismo en Cuba y Venezuela vendrá después. Por ahora la noticia es Honduras. Y el consenso entre los países miembros de la Organización de Estados Americanos y de las organizaciones de derechos humanos es que, si querían sacar de la presidencia a Zelaya (por ir en contra de las órdenes de la Corte Suprema) o declararlo incompetente, se debieron seguir las leyes hondureñas y hacerle un juicio político en el congreso, no enviar a los militares a sacarlo por la fuerza.
Las elecciones presidenciales en Honduras son hasta noviembre. Así que, por el momento, Honduras tiene a dos personas que se consideran a sí mismas como “presidente” del país y una democracia partida.