Miami
La mujer que me gritaba por el teléfono estaba realmente indignada. “Como es posible que pongan en el noticiero de televisión a ese montón de guerrilleros encapuchados”, me dijo. “¿Qué no se han dado cuenta que el subcomandante Marcos se quiere convertir en el Fidel Castro de México?”
La verdad, jamás se me había ocurrido semejante barbaridad. Es absurdo. Pero entiendo que, desde lejos, puede ser un poco desconcertante el espectáulo de ver a un grupo de rebeldes marchando desde Chiapas hasta la ciudad de México en el ya famoso zapatour. Y quizás lo más sorprendente es que los mismos militares y policías que hubieran asesinado a sangre fría a esos guerrilleros en los últimos seis años, ahora los están protegiendo.
Voces asustadizas y retrógradas en México han criticado al presidente Vicente Fox por permitir que la caravana zapatista se dirigiera, sin resistencia oficial, al mero centro de la República. Pero ¿cuál era la alternativa? ¿que los reprimiera violentamente como lo hizo Salinas de Gortari a principios de 1994? ¿o que les tratara de imponer la ley del hielo y el silencio como lo hizo el ex-presidente Ernesto Zedillo? No. La era de la represión y la hipcresía ya pasó. Estos son los tiempos del diálogo y la paz.
No es de extrañar que los guerrilleros zapatistas hayan recibido impresionantes bienvenidas en casi todas las ciudades donde han parado. Millones de mexicanos rechazan sus métodos violentos pero reconocen que su movimiento guerrillero surgió como un grito, desesperado, en defensa de los 10 millones de indígenas que viven en México.
“La gente, cuando no puede hablar, agarra un arma” me dijo Marcos en una entrevista en la selva lacandona hace ya varios años. Pero las preguntas de entonces aún tienen vigencia hoy
-“¿Por qué no se quita ya la máscara, por qué no se la quita ahora mismo?”, le pregunté en 1996.
-“Porque se ha constituido, independientemente de nosotros, en un símbolo”, me contestó el subcomandante.
-“¿Y hasta cuándo se va a quitar la máscara?”, insistí.
-“Cuando podamos transformarnos en una fuerza política civil y pacífica, tanto las armas como los pasamontañas van a tener que desaparecer”, concluyó Marcos. Y aparentemente ese es el camino a seguir en este 2001. Que los zapatistas dejen de ser guerrilleros para convertirse en activos participantes de la vida política nacional.
A pesar de lo anterior, muchas personas (sobre todo fuera de México) están en shock ante la aparente popularidad del movimiento zapatista en algunos sectores de la sociedad mexicana. Lo que pasa es que, históricamente, casi todos los movimientos rebeldes del continente americano han surgido con el objetivo derrocar al gobierno en el poder. Y si bien es cierto que los guerrilleros zapatistas consideraron a los gobiernos priístas como sus enemigos, sus objetivos son menos belicosos y más sociales.
México es país donde se practica constantemente el racismo y la discriminación contra la población indígena. Pero, curiosamente, pocos mexicanos se consideran a sí mismos racistas o prejuiciados. Y es ese el meollo del asunto. El movimiento zapatista ha sido como un espejo para que los mexicanos se vean a sí mismos y reconozcan sus errores. Han creado conciencia sobre un tema enterrado.
El problema del racismo en México contra los indígenas se acrecienta por la impresionantemente injusta distribución del ingreso. El 10 por ciento más rico del país acumula casi el 40 por ciento de los ingresos. En ese privilegiado grupo, les aseguro, no hay “indios”. Y entre el 10 por ciento más pobre se encuentran los distintos grupos indígenas del país, la mayoría de los cuales viven a niveles de subsistencia.
Bueno, los “indios” mexicanos –término que surgió cuando Cristobal Colón confundió inicialmente a América con la India- son tan pobres que pocos son los que pueden juntar lo suficiente para irse como inmigrantes al norte, a los Estados Unidos. Y en México sus derechos, sus tierras y sus aspiraciones han sido pisoteados durante siglos.
No es un problema nuevo, desde luego. Tiene sus orígenes con la conquista española hace más de 500 años cuando las poblaciones indígenas fueron masacradas y sometidas. Pero lo verdaderamente triste y dramático es que un país como México, que está tan orgulloso de su pasado prehispánico, ha hecho tan poco para proteger culturalmente y mejorar el nivel de sus indígenas.
Y es aquí donde entran los zapatistas. Sin su rebelión, sin sus tácticas para llamar la atención internacional, sin su página en la internet, sin el verso y el humor del subcomantante Marcos, sin el misterio que encubren sus máscaras, sin su marcha hacia la capital, sin todo esto, dudo mucho que la causa indígena en México hubiera avanzado de manera significativa.
No están pidiendo mucho. De hecho, si vamos al fondo de las peticiones zapatistas, lo que exigen es igualdad y respeto para los indígenas. Nada más. Pero, también, nada menos. Y por eso tantos mexicanos, indígenas y no indígenas, se identifican con la lucha zapatista. Por eso, el sorprendente recibimiento que ha tenido su marcha por 12 estados del país.
Todo esto le quería decir a la molestísima mujer que me llamó por teléfono al canal de televisión donde trabajo en el sur de la Florida. Pero no pude. Cuando traté de explicarle, me colgó.